domingo, 22 de junio de 2014

Mireia


Mireia
“Si quieres herir de veras/ama primero”, ha escrito Antolín Páramo, uno de nuestros poetas. Y es verdad porque está dicho con pocas palabras, como solo sabe hacerlo el poeta. Hay vidas de las que se podría escribir libros enteros. Hay otras, en cambio, de las que se puede decirlo todo con pocas palabras. Hay vidas que dan que pensar. Hay otras, en fin, tan breves y dulces como un sueño, un pensamiento amable o una herida fugaz. Cuando uno se para a pensar acaba sintiendo siempre lo mismo, harto de ver cómo los buenos se van y se quedan los menos buenos. Y, a veces, con los buenos se nos van también los niños, que son los dardos de la bondad. Por eso, cuando uno se pregunta por qué se nos van tan pronto los que acaban de llegar, puede escuchar el eco del que responde con otra pregunta: por qué no se han ido aun los que llevan aquí tanto tiempo.
Y comprende entonces uno que la vida no tiene edad. Y que no se puede medir en cifras de cantidad o calidad. Se ríe cualquiera de la calidad de vida o de la longevidad mientras llora la desaparición de una niña de cinco años, Mireia, atropellada hace unos días por un conductor en una calle de Gijón. No se cabía en la parroquia de San Nicolás de El Coto el día de su funeral. No se despedía a una persona envidiada por haber vivido más o menos años, eso sí, con calidad de vida. Nadie hubiera querido estar en su lugar aquel día fatídico. Y, sin embargo, al día siguiente, en su despedida multitudinaria, todos éramos Mireia. Todos sentíamos la misma herida, aquella herida de veras que deja el amor cuando no se puede ya perder más.  

Mireya: Es toda una belleza, una ternura y un candor extraordinarios, de la raíz "mirar - que desembocan en "espejo", "maravilla", etc., Mi Niña Mireya, Sueña, vida mía, mariposas de color; Sueña, mí chispa pequeña, Sueña, mí niña, sueña.  Que Jesús vela tu sueño con las estrellas.







 

lunes, 16 de junio de 2014

Callamos demasiado


Callamos demasiado

La vida, por sí misma, ¿tiene sentido? Demasiado, a veces. O demasiado difícil de entender para nosotros. Que se lo pregunten al que acaba de recibir una noticia inesperada. O al que, atrapado en la albura hospitalaria, trata, en vano, de burlar su cautiverio. O al que ha vuelto a nacer cuando ya por muerto era temido. Todo el problema, sin embargo, es que la vida no puede darle a nadie su sentido, por más experiencias que acumule cualquiera de nosotros. Si el silencio no las envuelve no podremos reconocer su sentido. Porque el sentido no es solo algo que se tiene. Es, además, algo que se ofrece, que se da en efecto, a todo el que se pregunte por él.
Cuanto más sentido tenga lo que nos pasa o más nos cueste entenderlo, mayor habrá de ser la ofrenda de sentido. El sentido de la vida es, ante todo, algo que nos damos unos a otros. Cuando decidimos rendirnos lo hacemos porque creemos que nuestros afanes han dejado de tener sentido. Pero no es verdad que no tengan ya sentido. Nadie se rinde en la vida por falta de sentido sino por exceso de él, porque no puede asimilarlo él solo. Habría necesitado de alguien que se lo diera, como un bebé o un paralítico necesitan que otro les vaya dando, con la cuchara, el sabor y el calor de la comida. Pero no lo ha encontrado. Y no lo ha encontrado porque, tal vez, ni siquiera lo ha buscado. Del bebé o del paralítico solemos ocuparnos, con razón, más que del resto. Y, sin embargo, ante el sentido de la vida, todos estamos tan necesitados como un bebé o un paralítico. Lo que pasa es que de esto no queremos hablar. Del silencio, cuanto menos mejor. Por eso hablamos y callamos demasiado.


¿POR QUÉ CALLAMOS? Creo que lo que nos pasa,  es que sigue teniendo razón Gandhi:
"lo más atroz de las cosas malas de la gente mala es el silencio de la gente buena"
Todos callamos algo porque no queremos problemas, ni hacer de Juana de Arco, ni que nos quemen en la hoguera, ni que nos aparten o nos retiren el saludo, ni perder la dignidad......ni el buen talante……. Todos callamos y aguantamos demasiadas cosas tal vez.

 

 

lunes, 26 de mayo de 2014

Europa como vocación


 
 

                      Europa como vocación

El habla cotidiana consiste en relacionar lo que está pasando con lo que pasó hace ya mucho tiempo. Por eso los que hablan de lo que se habla no esperan respuesta: ya la tienen. Ya lo saben todo desde hace tiempo. La historia suele regresar más que progresar. Progresar hemos progresado poco, solemos decir. Nada más típico entre los habladores que alguien deje caer aquello de “si ya se veía venir...” o “ya lo decía yo...”. Hablar de lo que se habla es hablar de lo que ya se cree saber. Las novedades no dan que pensar, dan que hablar porque confirman lo que ya se sabía o esperaba. Nada nuevo bajo el sol…
Pero alguien que siente una vocación en la vida no habla solo de lo que se habla. Habla también de lo que no se puede hablar porque no se conoce. Por eso lo suyo es el diálogo, el encuentro entre quien espera una respuesta y quien puede dársela. El futuro es el que da respuesta y el llamado es el adelantado a su tiempo, el que no se limita a sentir cómo pasa el tiempo pues el tiempo es, para él, una fuente incesante de novedades. Más que pasar, el tiempo viene. Venturosa o desventuradamente, todo viene a este mundo, todo trae, a su modo, una invitación a nacer.
Europa o es una vocación colectiva de los ciudadanos europeos o una palabra sin otro contenido que el económico y financiero. Si el escepticismo anti europeísta crece en el habla cotidiana, entre los que hablamos de lo que todo el mundo habla, uno se pregunta hasta qué punto los grandes partidos democráticos han despertado entre los ciudadanos el interés por el diálogo sobre nuestro futuro. Porque nuestro futuro solo puede ser el de los que no lo tienen. Éste es la respuesta que esperamos de Europa.

 Confia en ti
el futuro esta
en tu manos
se valiente.
Nada te turbe
nada te espante.

 

 

 
 

 
 

lunes, 19 de mayo de 2014

Voto por el futuro



Voto por el futuro
Esperar lo inesperado: esto es escuchar. Para poder escuchar tiene que haber, ante todo, alguien a quien escuchar o esperar, alguien capaz de dar una respuesta. Por eso escuchar, o esperar, no es una actitud adquirida, como enseñan quienes creen saber escuchar. Escuchar no es un saber que se pueda aprender. Si no hay alguien a quien escuchar, alguien que no se limite a repetir lo ya sabido, de nada sirve ese supuesto saber. Escuchar es responder a una revelación, a la revelación de un silencio que trae consigo la palabra. La trae a destiempo porque el que da la respuesta no es el presente cotidiano, que vivimos hablando de lo que todo el mundo habla. El que da la respuesta es el futuro, del que el verdadero presente es espera: espera de lo inesperado o plenitud de lo vivido, gozado o sufrido.
En estos días preelectorales me pregunto si queda alguien a quien escuchar, capaz de dar una respuesta. Todos los partidos nos recuerdan que el próximo día veinticinco nos jugamos el futuro. Porque el futuro de España es el de Europa. Pero los grandes partidos lanzan sus mensajes desde un presente desfigurado por la lepra de la corrupción. Y los pequeños partidos emergentes aprovechan esta lepra, a veces, como aves carroñeras. Juegan al despiste, como si ellos fueran incorruptibles, porque saben que no haber tenido tiempo para corromperse les da ventaja. El próximo veinticinco creo que no voy a votar a ninguno de éstos. Mi voto será por el futuro de los que, ahora mismo, no lo tienen y por el partido que mejor lo representa. Sólo de él podrá venir una respuesta a las miserias del presente, ésas de las que todo el mundo habla. No me convencen los que repiten lo que todo el mundo sabe. Espero un futuro diferente.
 

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El término democracia proviene del antiguo griego (δημοκρατία) y fue acuñado en Atenas en el siglo V a. C. a partir de los vocablos δμος (dmos, que puede traducirse como «pueblo») y κράτος (krátos, que puede traducirse como «poder»).  Es decir. El poder es del pueblo. Por lo tanto; como nos lo han usurpado, somos esclavos de un abuso de poder.

 

lunes, 12 de mayo de 2014

El milagro de estar vivos


 
El milagro de estar vivos
De alguien que ha sobrevivido a un grave accidente solemos decir: “está vivo de milagro”. Lo decimos espontáneamente, como a quien le sale del corazón. Y es que del corazón salen siempre las verdades más claras, más reveladoras. Estar vivo, simplemente eso, estar, ser, existir: he aquí el milagro. Uno de nuestros poetas, Jorge Guillén, nos lo recuerda: Ser, nada más. Y basta./Es la absoluta dicha.
Claro que nadie está vivo porque sí. “Porque sí” se puede morir: basta un instante, un accidente absurdo, para estar muertos. El milagro de estar vivos tiene una explicación. Todos los milagros la tienen o la tendrán un día y no por ello dejarán de ser milagros. Si otro no nos hubiera prestado los primeros auxilios, si no nos hubiera llevado al hospital, si no nos hubiera puesto en manos de los expertos, si no hubiera estado a nuestro lado día y noche, si no nos hubiera recibido de nuevo en el mundo con una caricia, no estaríamos vivos. Sin amor no hay milagros, no hay dicha de existir.
Y no creamos, por cierto, que el milagro de estar vivos tiene lugar solo cuando alguien vuelve a nacer. También sucede cuando alguien sabe -o lo saben los demás- que no volverá a nacer. Solemos sentir fácil compasión del que ya no volverá a caminar, a ver, a disfrutar de sus facultades. Del que vivirá solo unos pocos días más atado a una cama. Y, sin embargo, su vida tiene el mismo valor que la mía, que la tuya. Tiene el valor eterno del ser, del estar ahí. Lo más grande que un ser humano puede hacer por otro es no hacer nada en especial; solo estar ahí, en silencio, en compañia.



5El Señor te guarda a su sombra, está a tu derecha; 6de día el sol no te hará daño, ni la luna de noche.
7El Señor te guarda de todo mal, él guarda tu alma; 8el Señor guarda tus entradas y salidas, ahora y por siempre. Salmo 120.
                                          y…de su interior correrán ríos de agua viva."                                                         


















                                            
 

 
 
 
 

domingo, 4 de mayo de 2014

Basta una caricia.


Basta una caricia.

En algunas parejas, cuando muere uno de los dos, el otro le sigue a la muerte poco después. Eran realmente una sola carne, más que una sola piel. Por eso, para ellos, la muerte ha sido casi una y la misma. Y, aunque no lo haya sido, no por ello deja de serlo la vida.
Una vez le pregunté a mi amigo Jesús Fonseca:
-¿la habrás querido mucho?
Y él me respondió:
-lo que yo haya podido quererla es lo de menos. Lo que sentí, empero, cuando la perdí fue que nadie me podría querer ya como ella. Ella fue para mí la respuesta definitiva a mi pregunta de toda la vida.
La mayoría se pregunta por lo que será de su vida cuando muera su muerte, la suya propia. Nos moriremos como hemos vivido: sin la respuesta que sólo puede conocer el que se ha sentido vivo. Porque una cosa es vivir; otra, saberse vivo. La fórmula de la diferencia es el secreto descubierto por los poetas, la que se nos revela, por ejemplo, en un poema de José Luis García Martín, recreador de Paul Eluard:
Basta una caricia
Para que el mundo brille en todo su esplendor.
Basta un pájaro
Para que el viento y el día tengan alma
Basta una noche
Para que la oscuridad se llene de infinitas luces.
Basta tu nombre
Para que todas las cosas hermosas tengan nombre.
Basta el amor
Para que Dios exista y nos sonría.
No es casual, por cierto, la elección del lugar donde Jesús de Nazaret revela su respuesta a la pregunta de toda una vida. Betania es un lugar propicio para la amistad. Allí tendrá su efecto el signo de la resurrección porque el amor, para alimentar sueños, necesita alimentarse de realidades concretas, detalles, signos, respuestas sin palabras.
                ÉSTA ES LA HORA PARA EL BUEN AMIGO.
Hora en que arrullas, Cristo, nuestra vida
con tu amor y caricia inmensamente
y que a humildad y a llanto nos convida.

 

lunes, 28 de abril de 2014

Visión de futuro.

                                                        
Visión de futuro.
Nadie es llamado por vocación a cambiar de lugar o a quedarse donde está sino a cambiar de tiempo. La vocación es la revelación de otro tiempo, diferente de aquel en que vivimos. Si, para el inspirado, la diferencia permanece al alcance de los sentidos, para el llamado, en cambio, la diferencia no ocupa, no necesita ocupar, lugar alguno. No se hace presente como todo aquello de lo que tenemos noticia porque lo hemos visto u oído. No se hace presente sino futura.
La vocación es apertura a un tiempo diferente de aquel en que se vive: es visión de futuro. No es que el futuro se le haga presente al que recibe la llamada y éste pueda imaginárselo ya ahí, al alcance de la mano. Lo que sucede es que uno mismo se ve arrebatado al futuro. Y, puesto en él, advierte lo que hay de ilusorio en el futuro al alcance de la mano, el futuro de los que creen en él pero carecen de vocación para verlo. Se contentan con imaginárselo. No saben por experiencia que el saber, una vez adquirido, ya no ocupa lugar pues no lo necesita. Pero necesita tiempo para crecer comunicándose. 
La inspiración es alada. Sigue su vuelo y se pierde en el horizonte de la libertad. La vocación, en cambio, no da alas. Y no las da porque no las tiene. Pero esto es lo que más sorprende ante una vocación vivida: ver a alguien adelantado a su tiempo, a alguien que ni él mismo sabe explicarse cómo ha llegado a donde ha llegado. Pero la perplejidad se multiplica para él, para él solo, cuando se empieza a ver fuera de lugar, sin futuro precisamente allí donde él es el futuro. Y tiene que emigrar, como tantos jóvenes de nuevo en esta hora de España.