Visión de futuro.
Nadie es
llamado por vocación a cambiar de lugar o a quedarse donde está sino a cambiar
de tiempo. La vocación es la revelación de otro
tiempo, diferente de aquel en que vivimos. Si, para el inspirado, la diferencia
permanece al alcance de los sentidos, para el llamado, en cambio, la diferencia
no ocupa, no necesita ocupar, lugar alguno. No se hace presente como todo
aquello de lo que tenemos noticia porque lo hemos visto u oído. No se hace
presente sino futura.
La vocación
es apertura a un tiempo diferente de aquel en que se vive: es visión de futuro.
No es que el futuro se le haga presente al que recibe la llamada y éste pueda
imaginárselo ya ahí, al alcance de la mano. Lo que sucede es que uno mismo se
ve arrebatado al futuro. Y, puesto en él, advierte lo que hay de ilusorio en el
futuro al alcance de la mano, el futuro de los que creen en él pero carecen de
vocación para verlo. Se contentan con imaginárselo. No saben por experiencia
que el saber, una vez adquirido, ya no ocupa lugar pues no lo necesita. Pero
necesita tiempo para crecer comunicándose.
La
inspiración es alada. Sigue su vuelo y se pierde en el horizonte de la
libertad. La vocación, en cambio, no da alas. Y no las da porque no las tiene.
Pero esto es lo que más sorprende ante una vocación vivida: ver a alguien
adelantado a su tiempo, a alguien que ni él mismo sabe explicarse cómo ha
llegado a donde ha llegado. Pero la perplejidad se multiplica para él, para él
solo, cuando se empieza a ver fuera de lugar, sin futuro precisamente allí
donde él es el futuro. Y tiene que emigrar, como tantos jóvenes de nuevo en
esta hora de España.
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