Mireia
“Si quieres
herir de veras/ama primero”, ha escrito Antolín Páramo, uno de nuestros poetas.
Y es verdad porque está dicho con pocas palabras, como solo sabe hacerlo el
poeta. Hay vidas de las que se podría escribir libros enteros. Hay otras, en
cambio, de las que se puede decirlo todo con pocas palabras. Hay vidas que dan
que pensar. Hay otras, en fin, tan breves y dulces como un sueño, un
pensamiento amable o una herida fugaz. Cuando uno se para a pensar acaba
sintiendo siempre lo mismo, harto de ver cómo los buenos se van y se quedan los
menos buenos. Y, a veces, con los buenos se nos van también los niños, que son
los dardos de la bondad. Por eso, cuando uno se pregunta por qué se nos van tan
pronto los que acaban de llegar, puede escuchar el eco del que responde con
otra pregunta: por qué no se han ido aun los que llevan aquí tanto tiempo.
Y comprende
entonces uno que la vida no tiene edad. Y que no se puede medir en cifras de
cantidad o calidad. Se ríe cualquiera de la calidad de vida o de la longevidad mientras
llora la desaparición de una niña de cinco años, Mireia, atropellada hace unos
días por un conductor en una calle de Gijón. No se cabía en la parroquia de San
Nicolás de El Coto el día de su funeral. No se despedía a una persona envidiada
por haber vivido más o menos años, eso sí, con calidad de vida. Nadie hubiera
querido estar en su lugar aquel día fatídico. Y, sin embargo, al día siguiente,
en su despedida multitudinaria, todos éramos Mireia. Todos sentíamos la misma
herida, aquella herida de veras que deja el amor cuando no se puede ya perder
más.
Mireya: Es toda una
belleza, una ternura y un candor extraordinarios, de la raíz "mirar - que
desembocan en "espejo", "maravilla", etc., Mi Niña Mireya, Sueña, vida mía, mariposas de color; Sueña, mí
chispa pequeña, Sueña, mí niña, sueña. Que Jesús vela tu sueño con las estrellas.
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