domingo, 4 de mayo de 2014

Basta una caricia.


Basta una caricia.

En algunas parejas, cuando muere uno de los dos, el otro le sigue a la muerte poco después. Eran realmente una sola carne, más que una sola piel. Por eso, para ellos, la muerte ha sido casi una y la misma. Y, aunque no lo haya sido, no por ello deja de serlo la vida.
Una vez le pregunté a mi amigo Jesús Fonseca:
-¿la habrás querido mucho?
Y él me respondió:
-lo que yo haya podido quererla es lo de menos. Lo que sentí, empero, cuando la perdí fue que nadie me podría querer ya como ella. Ella fue para mí la respuesta definitiva a mi pregunta de toda la vida.
La mayoría se pregunta por lo que será de su vida cuando muera su muerte, la suya propia. Nos moriremos como hemos vivido: sin la respuesta que sólo puede conocer el que se ha sentido vivo. Porque una cosa es vivir; otra, saberse vivo. La fórmula de la diferencia es el secreto descubierto por los poetas, la que se nos revela, por ejemplo, en un poema de José Luis García Martín, recreador de Paul Eluard:
Basta una caricia
Para que el mundo brille en todo su esplendor.
Basta un pájaro
Para que el viento y el día tengan alma
Basta una noche
Para que la oscuridad se llene de infinitas luces.
Basta tu nombre
Para que todas las cosas hermosas tengan nombre.
Basta el amor
Para que Dios exista y nos sonría.
No es casual, por cierto, la elección del lugar donde Jesús de Nazaret revela su respuesta a la pregunta de toda una vida. Betania es un lugar propicio para la amistad. Allí tendrá su efecto el signo de la resurrección porque el amor, para alimentar sueños, necesita alimentarse de realidades concretas, detalles, signos, respuestas sin palabras.
                ÉSTA ES LA HORA PARA EL BUEN AMIGO.
Hora en que arrullas, Cristo, nuestra vida
con tu amor y caricia inmensamente
y que a humildad y a llanto nos convida.

 

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