El
milagro de estar vivos
De alguien que
ha sobrevivido a un grave accidente solemos decir: “está vivo de milagro”. Lo
decimos espontáneamente, como a quien le sale del corazón. Y es que del corazón
salen siempre las verdades más claras, más reveladoras. Estar vivo, simplemente
eso, estar, ser, existir: he aquí el milagro. Uno de nuestros poetas, Jorge
Guillén, nos lo recuerda: Ser, nada más. Y basta./Es la absoluta dicha.
Claro que nadie
está vivo porque sí. “Porque sí” se puede morir: basta un instante, un
accidente absurdo, para estar muertos. El milagro de estar vivos tiene una explicación.
Todos los milagros la tienen o la tendrán un día y no por ello dejarán de ser
milagros. Si otro no nos hubiera prestado los primeros auxilios, si no nos
hubiera llevado al hospital, si no nos hubiera puesto en manos de los expertos,
si no hubiera estado a nuestro lado día y noche, si no nos hubiera recibido de
nuevo en el mundo con una caricia, no estaríamos vivos. Sin amor no hay
milagros, no hay dicha de existir.
Y no creamos,
por cierto, que el milagro de estar vivos tiene lugar solo cuando alguien
vuelve a nacer. También sucede cuando alguien sabe -o lo saben los demás- que
no volverá a nacer. Solemos sentir fácil compasión del que ya no volverá a
caminar, a ver, a disfrutar de sus facultades. Del que vivirá solo unos pocos
días más atado a una cama. Y, sin embargo, su vida tiene el mismo valor que la
mía, que la tuya. Tiene el valor eterno del ser, del estar ahí. Lo más grande
que un ser humano puede hacer por otro es no hacer nada en especial; solo estar
ahí, en silencio, en compañia.
5El Señor te
guarda a su sombra,
está a tu derecha;
6de día el sol no te hará daño,
ni la luna de noche.
7El Señor te
guarda de todo mal,
él guarda tu alma;
8el Señor guarda tus entradas y salidas,
ahora y por siempre. Salmo 120.
y…de su interior correrán
ríos de agua viva."
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