Europa como vocación
El habla cotidiana consiste en relacionar lo que
está pasando con lo que pasó hace ya mucho tiempo. Por eso los que hablan de lo
que se habla no esperan respuesta: ya la tienen. Ya lo saben todo desde hace
tiempo. La historia suele regresar más que progresar. Progresar hemos
progresado poco, solemos decir. Nada más típico entre los habladores que
alguien deje caer aquello de “si ya
se veía venir...” o “ya lo
decía yo...”. Hablar de lo que se habla es hablar de lo que ya se cree saber. Las
novedades no dan que pensar, dan que hablar porque confirman lo que ya se sabía
o esperaba. Nada nuevo bajo el sol…
Pero alguien que siente una vocación en la vida no
habla solo de lo que se habla. Habla también de lo que no se puede hablar
porque no se conoce. Por eso lo suyo es el diálogo, el encuentro entre quien
espera una respuesta y quien puede dársela. El futuro es el que da respuesta y
el llamado es el adelantado a su tiempo, el que no se limita a sentir cómo pasa
el tiempo pues el tiempo es, para él, una fuente incesante de novedades. Más
que pasar, el tiempo viene. Venturosa o desventuradamente, todo viene a este
mundo, todo trae, a su modo, una invitación a nacer.
Europa o es una vocación colectiva de los ciudadanos
europeos o una palabra sin otro contenido que el económico y financiero. Si el
escepticismo anti europeísta crece en el habla cotidiana, entre los que hablamos
de lo que todo el mundo habla, uno se pregunta hasta qué punto los grandes
partidos democráticos han despertado entre los ciudadanos el interés por el diálogo
sobre nuestro futuro. Porque nuestro futuro solo puede ser el de los que no lo
tienen. Éste es la respuesta que esperamos de Europa.
Confia en ti
el futuro esta
en tu manos
se valiente.
Nada te turbe
nada te espante.