lunes, 28 de abril de 2014

Visión de futuro.

                                                        
Visión de futuro.
Nadie es llamado por vocación a cambiar de lugar o a quedarse donde está sino a cambiar de tiempo. La vocación es la revelación de otro tiempo, diferente de aquel en que vivimos. Si, para el inspirado, la diferencia permanece al alcance de los sentidos, para el llamado, en cambio, la diferencia no ocupa, no necesita ocupar, lugar alguno. No se hace presente como todo aquello de lo que tenemos noticia porque lo hemos visto u oído. No se hace presente sino futura.
La vocación es apertura a un tiempo diferente de aquel en que se vive: es visión de futuro. No es que el futuro se le haga presente al que recibe la llamada y éste pueda imaginárselo ya ahí, al alcance de la mano. Lo que sucede es que uno mismo se ve arrebatado al futuro. Y, puesto en él, advierte lo que hay de ilusorio en el futuro al alcance de la mano, el futuro de los que creen en él pero carecen de vocación para verlo. Se contentan con imaginárselo. No saben por experiencia que el saber, una vez adquirido, ya no ocupa lugar pues no lo necesita. Pero necesita tiempo para crecer comunicándose. 
La inspiración es alada. Sigue su vuelo y se pierde en el horizonte de la libertad. La vocación, en cambio, no da alas. Y no las da porque no las tiene. Pero esto es lo que más sorprende ante una vocación vivida: ver a alguien adelantado a su tiempo, a alguien que ni él mismo sabe explicarse cómo ha llegado a donde ha llegado. Pero la perplejidad se multiplica para él, para él solo, cuando se empieza a ver fuera de lugar, sin futuro precisamente allí donde él es el futuro. Y tiene que emigrar, como tantos jóvenes de nuevo en esta hora de España.

 

domingo, 20 de abril de 2014

Nos queda la esperanza


Nos queda la esperanza.  
Tal vez hayáis leído el mito de Pandora, la mujer a la que se le atribuyen todas las desgracias. Las mujeres tienen, como siempre, la culpa de todo. Pandora destapó un jarrón y de él se escaparon todos los males que, a día de hoy, siguen afligiendo a la Humanidad. Sólo quedó, dentro del jarrón, la espera. Por eso las desgracias suceden, casi siempre, cuando menos se lo espera uno. Y bien, la civilización de la que surgió este relato, ¿podía entender el relato de la Resurrección de Jesús?
En el jarrón de Pandora quedó atrapada la esperanza. Por eso los antiguos griegos debían asistir a sus desgracias sin esperanza y fueron los creadores de la tragedia. Pero, en el relato de la Resurrección de Jesús, la esperanza no queda atrapada dentro de un jarrón o -caso parecido- un sepulcro, pues el sepulcro está vacío. Y es, al ver el sepulcro vacío, cuando Pedro y el otro discípulo se convierten en testigos de la Resurrección: ¡Ha resucitado Cristo, nuestra esperanza! La esperanza queda libre, ya no prisionera de un destino trágico. La Resurrección es el acta de nacimiento de una libertad nueva porque el ser mortal sólo es verdaderamente libre cuando vive con esperanza.
 
Podemos comprender, entonces, por qué el Resucitado se aparece solo a unos pocos: tenían que nacer hombres dispuestos a llevar en su seno la vida nueva. Tenía que aparecer en la historia una manera singular de ser hombre o mujer. El cristiano es, como el judío, un hombre de esperanza. Le sucede a él como a la mujer gestante, que se imagina el rostro de su hijo. Como no lo puede ver se lo imagina y, así, los artistas y los místicos han visto el rostro de Dios en todos los rostros humanos. Y han puesto en ellos la esperanza que nos falta a todos.     
                                                        No temáis Jesús de Nazaret Ha ¡¡¡resucitado!!! No está aquí. La tumba está vacia...

http://youtu.be/jPeJ91Hw6w0
 -----------------------------------------------------------------
(Pandora- y la caja de
Las desgracias- de los mitos
Griegos.)
       


 
 


 
   


 

lunes, 14 de abril de 2014

Pensando con el corazón



 
Pensando con el corazón

Hay muchas personas que creen en Dios. Pero hay muchas más -observa Daniel Dennett- que “creen en la creencia en Dios” porque piensan que creer en Dios es algo bueno. De Dios sabemos mucho menos de lo que creemos. En la religión creemos, sin embargo, mucho más de lo que pensamos. Y esto nos pasa porque la religión es, tal vez, a Dios lo que el rostro a los pensamientos. Todos pensamos con el corazón antes que con la cabeza. La moderna investigación sobre las bases neurológicas de nuestra conducta lo acaba de confirmar. Pocos, sin embargo, estaríamos dispuestos a reconocerlo. Pensar con el corazón nos parece una debilidad. Creemos, sin fundamento, en la relativa separación entre la cabeza y el corazón: éste debajo, en la sombra; aquella encima, en la luz.
Pero no es el corazón lo que está debajo de lo que pensamos. Lo que está debajo es la cabeza, sosteniendo con razones lo que, sin ellas, podría venirse abajo. El corazón lo llevamos siempre encima, en los ojos. La cara es espejo del alma porque el alma es espejo de la cara, brilla en ella. Por eso la religión es expresión y Dios, en cambio, razón: razón de fe, razón para la esperanza. Razón que sostiene por debajo, en la sombra, lo que, gracias a ella, puede ver y dar a ver la luz. La religión es el espejo, el rostro de Dios; Dios que alumbra y caldea el corazón humano.
El rostro de Dios, empero, ¿no es el nuestro, que unas veces se enciende y otras se apaga? He aquí el problema de la religión. Al hombre religioso -todos lo somos aunque no practiquemos la religión de los demás- se le plantea un problema precisamente allí donde creía haber encontrado la solución: ¿puede haber un rostro que nunca se apague.




Este
pueblo me honra con los labios, pero su
corazón está lejos de mi”
Marcos 7,5-





 
















                                                          

lunes, 7 de abril de 2014

Trabajo y amor.


Trabajo y amor

El trabajo no lo es todo en la vida. Todo en la vida lo es el amor, sentirse amado, que no supone esfuerzo alguno. Sólo el amor nos dignifica pues impide que, al concentrar nuestras energías en la faena cotidiana, olvidemos que somos lo que somos gracias a otros antes que a nuestro propio esfuerzo. La dignidad humana corre más deprisa que nuestra memoria. Nuestra memoria es tan lenta y frágil como nuestros éxitos, pues éstos se desmoronan y caen, poco a poco, a las aguas del olvido hasta que, seco su cauce bajo los rigores de la edad, podamos ver, al fin, lo que somos. A veces es ya, por cierto, demasiado tarde
Todos los héroes son unos ausentes
Escribe el novelista afgano Atiq Rahimi en La piedra de la paciencia. Y deja olvidada esta frase en labios de una mujer sola y rodeada de muerte. La guerra y el trabajo han sepultado héroes y libertadores bajo las orillas sumergidas de la historia. ¿Y el amor? ¿Acaso no será precisamente el amor lo más anti heroico que existe?, ¿lo único capaz de ofrecer todavía a hombres y mujeres una dignidad común?
Recuerdo la energía concentrada en el vértice del trabajo, día a día, año tras año, y pienso que se parece al esfuerzo del asceta, el que se pasa la vida en el desierto. Y a la pasión del amante traicionado, que ya solo en aborrecer encuentra su consuelo. Y a la gesta del héroe, siempre inevitablemente ausente. A todos nos gusta parecernos a otros porque es, tal vez así, contrayendo parecidos, cómo desaparecemos, sustrayéndonos a la vista del amor, que nunca nos exige nada a cambio, que ni siquiera espera nada en concreto de nosotros y, por eso, nos turba y desconcierta tanto, porque lo espera todo, todo y nada a la vez.

El amor no es un cuento acabado, es una página en constante construcción
Amar a la vida a través del trabajo, es intimar con el más recóndito secreto de la vida. Khalil Gibran