Trabajo y amor
El trabajo no lo es
todo en la vida. Todo en la vida lo es el amor, sentirse amado, que no supone esfuerzo
alguno. Sólo el amor nos dignifica pues impide que, al concentrar nuestras
energías en la faena cotidiana, olvidemos que somos lo que somos gracias a
otros antes que a nuestro propio esfuerzo. La dignidad humana corre más deprisa
que nuestra memoria. Nuestra memoria es tan lenta y frágil como nuestros
éxitos, pues éstos se desmoronan y caen, poco a poco, a las aguas del olvido
hasta que, seco su cauce bajo los rigores de la edad, podamos ver, al fin, lo
que somos. A veces es ya, por cierto, demasiado tarde
Todos los héroes son unos ausentes
Escribe el novelista
afgano Atiq Rahimi en La piedra de la paciencia. Y deja olvidada esta frase en
labios de una mujer sola y rodeada de muerte. La guerra y el trabajo han sepultado
héroes y libertadores bajo las orillas sumergidas de la historia. ¿Y el amor? ¿Acaso
no será precisamente el amor lo más anti heroico que existe?, ¿lo único capaz
de ofrecer todavía a hombres y mujeres una dignidad común?
Recuerdo la energía
concentrada en el vértice del trabajo, día a día, año tras año, y pienso que se
parece al esfuerzo del asceta, el que se pasa la vida en el desierto. Y a la
pasión del amante traicionado, que ya solo en aborrecer encuentra su consuelo.
Y a la gesta del héroe, siempre inevitablemente ausente. A todos nos gusta
parecernos a otros porque es, tal vez así, contrayendo parecidos, cómo
desaparecemos, sustrayéndonos a la vista del amor, que nunca nos exige nada a
cambio, que ni siquiera espera nada en concreto de nosotros y, por eso, nos
turba y desconcierta tanto, porque lo espera todo, todo y nada a la vez.
Amar a la
vida a través del trabajo, es intimar con el más recóndito secreto de la vida. Khalil Gibran
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