Menos palabras vacías
SIN PALABRAS AMIGO,
TENÍA
QUE SER SIN PALABRAS
COMO TU ME ENTENDIESES......
Me cuenta Juan Mari,
sacerdote al servicio del tanatorio de Burgos, que, entre los difuntos a cuyas
familias acompaña, hay jóvenes y suicidas. Aseguran los viejos rabinos de
Israel que cada cosa, cuando llega a una persona, tiene su límite. También las
penas. Me parece que tienen razón. Pero creo que olvidan algo elemental: que
las penas, mientras duran, duelen. Y lo hacen de dos maneras. La primera, y más
obvia, por haber empezado: ¡con lo bien que estaba uno antes! Y la segunda, menos
obvia, por no saber uno cuándo acabarán. Pues bien, de las dos maneras que nos
duele el dolor, considero la segunda más angustiosa que la primera. Es verdad
que todo lo que empieza acaba. El problema es que nuestra paciencia puede
agotarse antes que nuestro padecer. Todo en la vida tiene un límite, claro.
Pero, mientras no se lo vemos, ¿no es como si no lo tuviera?
Hay, según los
expertos, personas predispuestas al suicidio. Pero hay otras que no lo están,
que son cualquiera de nosotros. Cualquiera puede concluir, en un momento dado,
que vivir ya no tiene sentido para él, y pasar a la acción. Ahora bien, ¿qué
queremos decir cuando afirmamos que la vida tiene sentido? ¿Es el sentido algo
que se pueda tener o perder? Yo creo que no. El sentido no es algo que se tiene
sino algo que se da. El sentido de la vida es la oportunidad de vivir con
sentido, algo que nadie se puede dar a sí mismo. El sufrimiento, agravado por
la soledad, no tiene sentido. Pero una caricia o una palabra pueden aliviarlo,
ponerle límite. Es lo que, acaso, no recibieron los que a sus años les pusieron
fin en un día. Y lo que mi amigo Juan Mari, con su dulzura única, trata de dar
a tantos. Menos palabras vacías, más respeto.
que me ha dado tanto.
me ha dado la risa y ha dado
el llanto.
A si yo distingo dicha de quebranto
los dos materiales,
que forman mi canto. (Violeta Parra.)