Madre y
mundo
Mi
madre me ha dejado sin ella. Lo que era de esperar ha vuelto a suceder
inesperadamente. De esta neumonía parecía que iba a salir como un esquife entre
las olas, desarbolado ya por otras tempestades. Pero esta vez la naturaleza ha
sido más rápida que la gracia –grácil ésta, más que ágil- y, antes del
amanecer, pudo con mi madre. La muerte suele madrugar, asaltarnos antes de las
primeras luces. Tal vez porque teme que, con el día, la veamos actuar y le
opongamos resistencia. Lo mejor son los hechos consumados, la obra feliz o
infelizmente terminada. Que nos vean en faena no nos gusta. Nos distrae y nos
deja en evidencia. La muerte no es tan rápida que no necesite tiempo para
intervenir. Un instante dura, a veces, una vida.
Cuando yo era niño recuerdo que no quería
separarme de mi madre. No es que ella fuera el centro de mi mundo. Era, más
bien, como mi atalaya. A sus hijos nos llevaba de niños a los prados sin vallar
de las afueras, donde, cuando todavía escaseaban los parques urbanos, podíamos
correr y jugar bajo la mirada eterna de las vacas que rumiaban, tumbadas al sol
muy cerca de nosotros, mientras nuestras madres tejían sus labores de punto y
hablaban de sus hijos sin perdernos de vista. Pero mi hermano y yo, sobre todo
yo, nos cansábamos enseguida de jugar. Lo que nos gustaba era sentarnos junto a
nuestra madre y quedarnos a su lado horas enteras
Desde
los ojos de mi madre yo podía verlo todo. Todo era, visto desde ellos,
extrarradio de la ciudad. Cuando, con el paso de los años, han tratado de
enseñarme a distinguir lo principal de lo secundario en la vida, esto último ha
retenido siempre mi atención. No he podido olvidar nunca todo lo que vi, junto
a mi madre, desde las afueras del mundo. Desde aquellos prados sin vallar donde
los niños jugábamos mientras nuestras madres tejían y las vacas rumiaban la
ciudad se veía dispersa y alejada de nosotros, de nuestras alegrías cotidianas.
Lo importante parecía carecer allí de toda importancia.
Tu amor y tu bondad me acompañan
Todos los días de mi vida;
y habitaré en la casa del Señor
Por años sin término. - Sal -22.
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