Cien
años con Sor Felisa.
Cien años no se
cumplen todos los días. Ni los cumplimos todos en vida. De algunos mortales
celebramos los vivos su centenario porque ellos no están ya entre nosotros para
hacerlo. Pero algunos sí que están. Algunos llevan cien años entre los vivos y
no han perdido aun las ganas de seguir viviendo. Es el caso de Sor Felisa
Arnáiz, religiosa burgalesa que ha visto con sus ojos tantos acontecimientos y
cotidianos aconteceres del último siglo como leemos ahora en los libros de
historia. Ha visto mucho porque ha vivido
más.
De cuando novicia, en plena guerra incivil,
recuerda aun en qué estado llegaban al “hospital de sangre” de
León los heridos evacuados en el frente
de Asturias. Luego fueron pasando, uno tras otro, sus cincuenta años en Oviedo,
al servicio de la cocina económica. Allí
nos conocimos, por cierto, hace un cuarto de siglo. Y, en estos últimos
años, a Sor Felisa le ha tocado la tarea más delicada de cuantas la vida nos
impone. Me refiero a la tarea de sobrevivir, sosteniendo encendida la llama de
la esperanza antes de entregarla a la generación siguiente. Y ha sido en
Burgos, su cuna, de donde salió hace tantos años y adonde ha vuelto para estar
cerca de su hermano carmelita y de todas las hermanas en religión que la han precedido
en un destino que ella no tiene
prisa de cumplir.
Sor Felisa Arnaiz
dejará entre las Hijas de la Caridad el recuerdo de su profunda humanidad. Con
ella he podido conversar tantas veces como quien está junto a su madre. Con una
madre no se habla tanto del cielo como de la tierra, de lo que a uno le
ilusiona o le preocupa en la vida. Y así es como la vida, presentada con
naturalidad, se transforma en ofrenda y el cielo la recibe. Para subir hay que
bajar primero pero, para bajar, hace falta ayuda. Uno sube solo pero baja tan
solo si encuentra a otro que baje con él. Sor Felisa es una de esas almas que
tienen los pies en la tierra, las dudas y los temores de todo ser humano. Por
eso escucharla a ella me ha servido tanto para conocerme a mí. Ser creyente no
consiste en ser otro sino en ser uno mismo y en serlo con toda la fragilidad de
un ser creado para el amor, pero también para la muerte.
Y, hablando de la muerte, ¡cómo no sentir su
ausencia! Nada tan presente como el que no está pero se le espera. Y la espera,
mientras dura, se llena de palabras para la esperanza. Los años que me separan
de Sor Felisa son nada cuando conversamos. Es el milagro de una vida que, por
larga que sea, se puede abreviar en un instante. Somos tiempo y somos nada, un
suspiro a tiempo. Por eso no está la sabiduría en las canas sino en los ojos.
He visto ojos de viejo en algunos jóvenes y de niño en muchos viejos. Y a
muchos que han visto mucho les he visto comportarse como si no hubieran visto
nada. Como si les quedara todavía mucho por aprender. Así podía decir de sí
mismo Solón, el sabio de Grecia:
Envejezco
aprendiendo siempre muchas cosas
.3- Tu reduces el hombre a polvo, diciendo, retornad, hijos de Adan. Mil años en tu presencia, son un ayer, que paso; una vela nocturna. (Sal-89)
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