jueves, 10 de octubre de 2013




Víctor ante Víctor

 
Me ha visitado Víctor Tirado, con su mujer, Helena, y sus hijos pequeños. Nos conocimos en las aulas, diez años ha. Él, apenas unos años mayor, como profesor; yo, como alumno. Y ambos como interlocutores en una clase que empezaba antes y seguía después de su hora prevista porque el diálogo es lo único que perdura en una vida que pasa. Años después seguimos en él, como una roca batida por la corriente del río que somos. Cada vez que hablamos me topo, perplejo, con su nombre porque el suyo es el mío. Siento por un instante como si él fuera mi otro yo, el que pude ser y no he sido. Yo pude también haberme casado y tenido hijos. No se habría llamado Helena la mujer de mi vida ni habría tenido con ella tantos hijos como él. Pero Víctor ante Víctor, el que soy ante el que no soy, siente tan cierta por un instante su propia posibilidad como la realidad ajena. ¿Será porque la realidad está tejida de posibilidades sin realizar tanto como de las que se han realizado? Un jersey de punto, visto por fuera, es de una sola pieza. Pero, si lo miramos por dentro, veremos sus costuras, los hilos rotos para unir cada una de  sus partes. Víctor ha tomado un rumbo distinto en la vida. Pero ambos se preguntan si serán diversos sus destinos. Una cosa, no obstante, parece clara. El rumbo y el destino del Víctor que no soy corren parejos con los de Helena, su mujer. Los del Víctor que soy corren solos, como el viento. El viento se lleva lejos una multitud de seres diminutos que son poca cosa pero son. Me refiero a los monjes. ¿Habrá también monjes en pareja, en medio del mundo, en la realidad posible? Tal vez.

 

 

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