lunes, 23 de septiembre de 2013


La vida no es un día

Aquel día era su día. Era el día del por fin, el esperado durante años, semanas y días. Hasta entonces, el tiempo no había sido tiempo sino espera del tiempo señalado. Nada había sido gozado ni padecido por sí mismo hasta ese día. Todo había venido siendo goce anticipado o ansiedad acumulada. Cuántos serían los invitados, cómo debería uno comportarse en la ceremonia, cuáles los fotógrafos, el lugar reservado a la familia, el menú del banquete, el momento estelar de los regalos.
Hasta que despuntó el gran día en la sucesión de los ya vividos y olvidados. Y, llegado el instante de la verdad, la dijo con sus dos letras, imprescindibles para ser verificada: “sí”. La levantó en el aire, que todos respiramos, una voz sin demasiada firmeza y, por ello, creíble. Afirmar es afirmarse. Se afirma lo que necesita firmeza pues carece de ella. Lo que ya la posee busca, más bien, el silencio que todos necesitamos para comunicar nuestros anhelos, nuestra identidad más honda.
Al acabar el día se acostó sin saber muy bien quién era, si el mismo de antes u otro. Sentía extrañeza de sí, como si la nueva vida que aquel día se abría para él hubiera empezado a iluminar con una luz turbadora los objetos cotidianos y echara de menos por primera vez la luz de siempre, el claroscuro de la vida sin días especiales. A lo mejor es que decidirse es empezar a desdecirse, pensó. Al día siguiente se despertó antes del alba. Ensayó en vano un último sueño y se quedó esperando el amanecer. Lo que vio fue la lucha de la sombra con la luz: la sombra aferrándose a la luz para ser sombra y la luz solo a sí misma para existir. La vida no es un día, se dijo. Y se levantó.
 
TAL VEZ SOLO
EL TIEMPO SEA
LA RESPUESTA
QUE HOY BUSCAMOS.

 

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