lunes, 30 de septiembre de 2013


El aire de la vida

Estos días los he vivido cuidando de mi padre. Anciano y enfermo, necesita de alguien siempre a su lado. La soledad es como el cáncer, del que, según los expertos, nunca nos libraremos aunque sepamos combatirlo cada vez mejor. Es el precio de estar vivos. Todos llevamos dentro, bajo una capa de tierra fértil, las semillas de la soledad y del gemido. Mientras crezca lo que despunta sobre la tierra, creeremos que la vida es solo eso: crecer, progresar, ser más. En cualquier momento, sin embargo, puede crecer también lo que llevamos dentro, lo que progresa como todo lo vivo, pero a costa de nuestro propio crecimiento. En cualquier momento se puede disparar el mal, que se desvela y despereza mientras dormimos.
Claro que siempre podemos vivir más aprisa, correr más que él. Podemos más de lo que creemos. Estar vivos es mayor milagro que la muerte. Respirar es afianzarse en una fe cierta, la de que el aire, al menos, no nos falta. Estaremos acabados, tendremos unas ganas inmensas de llorar, pero será precisamente esto, nuestra sensación de soledad, nuestro mejor aliado. Nuestra razón definitiva para morir o seguir viviendo. Es verdad que de soledad se puede llegar a morir, pero cuando no se ha podido compartir. Mientras no nos falte el aire, el mismo que todos respiramos, sentiremos que existimos para alguien. Y es que vivir humanamente es precisamente esto, sentir que vivimos
El amor es el aire, el aliento de la vida. Que no le falte nunca al que vive a nuestro lado. Ayudar a todo el mundo es hermoso. Al padre, al hermano, a la mujer o al amigo en soledad es necesario. Toda la belleza del mundo es fealdad cuando se la mira de cerca. Pero desvela su belleza oculta a los que saben tocarla.
Yo estoy contigo,
voy a cuidarte
por donde quiera
que vallas,  Ge-28-15.
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Llamarme y te responderé
y te anunciare cosas y
misteriosas que tu ignoras. Jr-33-3

 

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