Misión desconocida
Iban todo el viaje riéndose
y pensando en lo que les podía ofrecer el verano a unos niños como ellos:
piscina, amigos, diversiones…hasta que el autobús en que viajaban se estrelló
y, con él, sus risas espontáneas y sus planes de vacaciones. Los que, instantes
más tarde, pasaron junto al autobús siniestrado estos días en Ávila oyeron
gemidos donde antes se había oído reír y, después, silencio donde antes nadie
quería callar. Era el silencio en que nos deja siempre lo inaceptable. La religión
fracasa cada vez que se propone llenar de consuelo este silencio. Ella tiene
ciertamente respuestas para el enigma de la muerte pero esto no es la muerte
que viene y nos lleva. Esto es el vacío en que nos deja lo que nos devuelve a
esa frontera evolutiva que nos parecía superada: la que separa el gemido de la
palabra, el grito de la pregunta. Estos días he visto una película española,
Maktub, la historia de un niño enfermo de cáncer que se despide del mundo como
quien piensa haber cumplido ya su misión en él. Y me he preguntado si no
estamos todos aquí para cumplir una misión desconocida. Y si, una vez cumplida,
nos vamos de este mundo como quienes han hecho ya en él lo que tenían que
hacer. Si así fuera, la vida no sería un proyecto, el de cada cual, porque los
proyectos requieren tiempo y no sabemos si lo tenemos. Lo que sí estamos
seguros de tener es un instante. Un instante no dura pero en él cabe la vida
entera. Cada uno puede ponerle nombre. Yo lo he llamado “misión desconocida”.
Estamos aquí para casi nada. Pero esa nadería vale más que todo. Cuando uno ha
vivido mucho piensa en todo el tiempo que ha empleado…para nada. ¿O ha sido
para algo?
Y no temían peligro?
¿Serán ahora, estrellas en el cielo, Ya en brazos de Dios Padre.
¿Dónde andarán. Esos niños, que,
con caritas, De picaros, jugaban y reían.
¿Estarán ellos
protegidos? Dios se los ha llevado, están ahora en su nido. Velando
nuestros sueños, y tal vez nuestro destino.
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