Ser
madre
La Resurrección no es el final feliz de una historia. La
historia no es una película con final feliz, en la que el malo es derrotado por
el bueno. La victoria de Cristo sobre el pecado y sobre la muerte no pone fin a
la historia humana sino principio. La Pascua de Jesús no es el final sino el
principio de la historia. Con la Resurrección de Jesús algo nuevo, un embrión
del hombre venidero ha sido engendrado en el mundo. El mundo ha empezado a gestar
en su interior el germen de una Humanidad todavía desconocida pero ya esperada.
Es como si el mundo se hubiera convertido en mujer gestante y la Iglesia
existiera para anunciar a todos los hombres su esperanza: las esperanzas del
mundo son la razón de ser de la Iglesia. ¿Es casual que el Resucitado haya
salido al encuentro de unas mujeres en primer lugar? ¿O que hayan sido unas
mujeres los primeros testigos de la Resurrección? ¿No ha habido siempre muchas
mujeres entre los bautizados que han vivido en la Iglesia una existencia oculta
y silenciosa? Cuando una mujer sabe que va a ser madre se prepara para serlo.
Su vida se convierte en una cuenta atrás. La esperanza simplifica la vida
porque la pone en camino, la libera de los agobios del presente. La madre que
sabe que va a ser madre no necesita saber más que eso: lo saben por experiencia
las mujeres que son o han sido madres alguna vez. La Iglesia ha mirado siempre
al Resucitado con esperanza de madre porque sabe que ha gestado en su seno una
vida nueva, una vida que no es ya la suya y de cuyo destino no puede, por ello,
disponer. Por eso, como María, se pregunta ella también: “y, ¿cómo será Eso?
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