Encuentros de
sacristía
Estos
días he estado a disposición de fray Javier, sacristán en la abadía. Había que
limpiar, ordenar y prepararlo todo para el culto del triduo pascual. Y había
que hacerlo con calma para que la preparación fuera invitación y sucediera cada
cosa en armonía con lo previsto. Pero, para que haya orden, armonía -esa virtud
que fray Javier ensalza siempre como experto que es en arte-, debe haber dos,
al menos: dos en armonía. Y uno de los dos debe estar ya armonizado consigo
mismo. No hay dos que no crean ser uno ni uno que no sueñe con ser otro. Por
eso hace falta alguien que, ya despierto, sea capaz de despertar a otros del
sueño. Y fray Javier es uno de ésos. Tiene la virtud de la realidad, que no
consiste en ser realista sino en serlo de la mejor manera posible: lúcida,
amable, bellamente.La realidad que, a veces es dura, otras es bella. Y la belleza que despliega ante nosotros es tan honda que en su propia hondura nos cobija de la dureza de la existencia. Con mi querido sacristán uno le pierde el miedo a vivir y a morir sin haber vivido. ¿No es esto lo que celebramos cada Semana Santa?
La Semana Santa es, en Silos, ocasión de encuentro. El encuentro entre propios y ajenos no solo no turba la paz de los monjes en estos días sino que la edifica. La paz -según San Agustín, fruto del orden- requiere, como éste, de dos o más. Nadie puede estar en paz consigo mismo si no lo está con los otros. De la mano de Elena Junco, entrañable amiga, he conocido a Jimena, hija de Jorge Edwards, el célebre escritor chileno. Y he visto a Dios, que se presenta siempre en silencio, cargado con el dolor y la belleza del mundo.
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