La canción de la verdad
En las últimas
semanas vienen siendo noticia los criminales excarcelados a consecuencia de una
decisión tomada en los altos tribunales europeos. Algunos de ellos, por cierto,
llevaban más de veinte años entre rejas. Y uno se pregunta si no deberían
cumplir otros veinte más. A mayor rigor, mayor justicia, ¿o no? Pero el tiempo
no pasa igual fuera que dentro de una cárcel. Fuera, parece que fue ayer cuando
pasó. Dentro, en cambio, parece que nunca será mañana. Todo en la vida, pienso
yo, gira y gira en torno a estos dos adverbios: “fuera” y “dentro”. Y, como la
vida es un trompo que solo deja de girar cuando dejamos de respirar, nunca
sabemos dónde estamos.
Hubo un tiempo
remoto, antes del alba de la civilización, en que la vida humana no giraba
todavía desde dentro hacia fuera o al revés. Un ser humano que se sentía aun
parte de la naturaleza no podía sentirse fuera de nada ni dentro, pues, de otra
cosa. No podía distinguir sus razones de sus sentimientos y tanto había de ser homo sapiens como homo sentiens. De aquel hombre nos queda una reliquia expresiva en
cierta frase que solemos repetir ante una decisión equivocada o desafortunada.
Decimos que “no ha estado inspirado”. Los altos magistrados europeos no han
estado inspirados -¿o sí?- en su reciente y polémica decisión. Su decisión nos
parece, tal vez, equivocada; pero no por falta de razones sino de sentimientos
adecuados para inspirar otra decisión más razonable.
El homo sapiens
aprendió mucho más tarde, hace solo unos diez mil años, a distinguir sus
razones de sus sentimientos. Fue entonces cuando dejó de sentirse parte de la
naturaleza y empezó a creerse fuera de ella. Desde entonces los sentimientos y
las emociones se han quedado dentro de nosotros. Fuera, independiente de nuestros
sentimientos personales, ondea el pabellón de la razón y la verdad, que es la
misma para todos. La razón, para que sea verdadera, ha de ser objetiva. Ha de
brillar por sí misma.
Cuando hoy hablamos
de inspiración pensamos espontáneamente en los poetas y artistas. Ellos son los
inspirados por excelencia. Nos llevaríamos una sorpresa si volviéramos a leer
la obra del primer occidental que habla de sí mismo como autor inspirado por
las musas, allá en la Grecia del siglo VII a. de C: Hesíodo. Allí leeríamos que
no solo los artistas eran, al principio, inspirados por las musas. También lo
era el que tenía la misión de interpretar las leyes e impartir justicia en
favor del más débil:
Todos
fijan en él su mirada cuando interpreta las leyes divinas con rectas sentencias
y él con firmes palabras en un momento resuelve sabiamente un pleito, por
grande que sea.
Es el testimonio de
un mundo en el que la verdad o la justicia no se han separado todavía de los
sentimientos de verdad y de justicia que fijan la mirada de todos en el que
dicta sentencia. No se han ido fuera de nosotros. No han cobrado la vida
independiente de lo escrito, que es lo mismo para todos. No se ven aun,
brillando con luz propia. Solo se oyen. Suenan, son música. Son “la canción de
la verdad”, que las musas ponen en labios del inspirado porque ellas, que saben
decir “mentiras con apariencia de verdades”
saben,
cuando quieren, proclamar la verdad.
¿No es, acaso, más profunda la verdad cuando se nos proclama sin el brillo impersonal de una razón objetiva, independiente de nuestros sentimientos? Nadie podrá amar una razón así, ni siquiera el que la necesite para justificar la pena más rigurosa en nombre de una ley escrita. Nadie puede cantar la verdad si ella no canta dentro de él. Ni creerá nadie en la justicia de aquel al que no pueda mirar cara a cara mientras dicta sentencia. La verdad es la verdad. La justicia es la justicia. Pero, ¿quién tendrá aun fuerzas para cantarlas?
El Señor, me ha enviado a curar los corazones heridos
Y a liberar a los cautivos, y dar a los presos la libertad,
Is-61