lunes, 1 de julio de 2013


                          A sor Alejandra.Osb

Ha cumplido veintiocho pero ha vivido mucho más. Sor Alejandra, monja benedictina en Zamora, es alguien de quien creemos se puede decir lo que un monje de Occidente acerca del estado monástico: “el monje es el hombre de la Unidad; ¿se dirá que ha escogido la mejor parte? No, una parte, aunque sea la mejor, no basta: como la pequeña Teresa “escoge todo”. Por eso es monje”. Nuestra amiga, nacida y crecida en Colombia, vino a España y se hizo monja porque lo quería todo, no una parte. Y lo quería todo porque de todo le ha pasado en la vida. Con ella puede uno, en efecto, hablar de todo: del amor y de la guerra, y de la soledad que nos permite sobrevivir a la pérdida del amor y a la mordedura de la muerte. Escuchándola, contemplando las formas delicadas de su rostro, que reúne en un instante la suavidad de su mirada, uno se pregunta: ¿es verdad que el hábito hace al monje? O no será, más bien, a la inversa: que es el monje el que hace al hábito. “Muchos necesitan sellar con palabras todas las salidas para que no se escape el hombre que languidece dentro”- sentencia Zamarreño, el poeta castellano. Pues bien, aquí vemos a una mujer sin languidez alguna bajo sus hábitos de monja. Toda su experiencia humana, toda su inquietud manando como fuente por sus ojos bien abiertos, toda su sensibilidad de mujer observando la vida, como diría otro poeta, Jesús Fonseca, “sin hacer ruido y sin herir”. Ni una sola palabra sale de sus labios que cierre los nuestros. Todas los abren. Y nos abren la vida aun sin palabras. Por eso es monja, mujer sin límites. Y por eso la queremos y admiramos tanto.  



¡Me sedujiste Señor, y yo me dejé seducir! Fuiste más fuerte que yo, y me venciste.
Jeremías 20:

 





 


 

 

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