Ha cumplido veintiocho pero
ha vivido mucho más. Sor Alejandra, monja benedictina en Zamora, es alguien de
quien creemos se puede decir lo que un monje de Occidente acerca del estado
monástico: “el monje es el hombre de la Unidad; ¿se dirá que ha escogido la
mejor parte? No, una parte, aunque sea la mejor, no basta: como la pequeña
Teresa “escoge todo”. Por eso es monje”. Nuestra amiga, nacida y crecida en
Colombia, vino a España y se hizo monja porque lo quería todo, no una parte. Y
lo quería todo porque de todo le ha pasado en la vida. Con ella puede uno, en
efecto, hablar de todo: del amor y de la guerra, y de la soledad que nos
permite sobrevivir a la pérdida del amor y a la mordedura de la muerte. Escuchándola,
contemplando las formas delicadas de su rostro, que reúne en un instante la
suavidad de su mirada, uno se pregunta: ¿es verdad que el hábito hace al monje?
O no será, más bien, a la inversa: que es el monje el que hace al hábito. “Muchos
necesitan sellar con palabras todas las salidas para que no se escape el hombre
que languidece dentro”- sentencia Zamarreño, el poeta castellano. Pues bien, aquí
vemos a una mujer sin languidez alguna bajo sus hábitos de monja. Toda su
experiencia humana, toda su inquietud manando como fuente por sus ojos bien
abiertos, toda su sensibilidad de mujer observando la vida, como diría otro
poeta, Jesús Fonseca, “sin hacer ruido y sin herir”. Ni una sola palabra sale
de sus labios que cierre los nuestros. Todas los abren. Y nos abren la vida aun
sin palabras. Por eso es monja, mujer sin límites. Y por eso la queremos y
admiramos tanto.
¡Me sedujiste Señor, y yo me dejé seducir! Fuiste más fuerte que yo, y me venciste.
Jeremías 20:
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