lunes, 4 de marzo de 2013


Tres mujeres

Estos días he conversado con tres mujeres. Raquel lleva quince años viviendo en pareja. Nunca le ha importado formalizar su unión. Tampoco ser madre. Tener sobrinos le sienta, por cierto, muy bien. Alejandra es monja desde hace siete años en un monasterio de Zamora. Estudia teología, lee a los clásicos y navega por los mares de la red virtual tan suavemente como por los de la vida real. El año pasado emitió sus votos: prometió ser monja para siempre. Mi tía Tere es viuda desde hace unos meses. Ha vivido más de cincuenta años casada y ahora se siente sola, sin rumbo. Pero es ávida lectora, viajera y conversadora. Ama la vida y piensa vivirla. Seguramente algo así ha pensado estos días el primer Papa jubilado ¿No ha sido su renuncia un acto de amor a vida, siempre más larga o más breve que lo esperado? Hay un verso de Yehudá Ha-Leví, poeta judío del siglo XI, cuyo sentido me ha dejado intrigado: “no envejecerá mi amor aunque sea nuevo”. ¿Cómo va a ser viejo si es nuevo? Claro que aquí está seguramente el problema. Envejecer es alejarse de la juventud, entenderla cada vez menos. Ser joven es creer lejana la vejez. Si juntáramos a Raquel, Alejandra y Tere, las veríamos discutiendo, pero desde el entendimiento. Raquel no se casa ni con su pareja porque sabe que solo se vive una vez y que casarse ha sido, para otros, empezar a aburrirse. Alejandra se compromete para siempre porque espera vivir muchas veces, muchos años, con la misma persona. Tere lucha con su soledad porque es mujer, y las mujeres son capaces de enfrentarse a enemigos que a los varones nos angustian. A las tres les va bien el verso del poeta porque la vejez no es su problema. La juventud tampoco. Por eso creo en ellas.

 

 

 

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