PINTANDO MUCHO: FRANCISCO I
Esta semana hemos
estado pintando las celdas de la hospedería conventual. Entre muchos uno pinta
más que solo. Pero las faenas de la brocha requieren adecuada preparación. Si
no se cubren suelos y puertas antes de ponerse a la tarea, uno acaba pintando más
de la cuenta. Y en la vida conviene pintar lo necesario. Claro que, para llegar
con el brazo y la brocha allí donde hay que llegar y no más allá, es preciso
fijarse primero un límite. Y fijarse un límite lleva tiempo. Es el
entrenamiento de la espera. Uno llega, adereza la pintura y ya está listo para
empuñar la brocha a diestra y a siniestra. Así empiezan muchas parejas y
proyectos que no se han fijado un límite antes de empezar. Empiezan como
acaban, listos para estropearlo todo. Si los suelos y las puertas no se cubren
antes de empezar la faena, luego habrá que dedicar a la limpieza más tiempo que
a la pintura. Si en la vida no aprendemos a respetar desde el principio ciertos
límites nunca sabremos a qué sabe un instante de felicidad sin límite.
La sociedad de consumo es una sociedad de la desmesura. Se puede disfrutar de
todo y despotricar de todo en menos que canta un gallo. Todo se adelanta, se
acelera, se abrevia, se adapta y acomoda para llegar primero a ninguna parte.
Hasta el tiempo que debía pasar entre un pontificado y el siguiente acaba de
ser abreviado a fin de “tener Papa” antes de semana santa. Y mientras tanto,
todos a hacer quinielas con los protagonistas de esta especie de competición
deportiva en que se ha convertido la espera de estos últimos días. Ahora, al
fin, “habemus Papam”. Pues ahora, a limpiar lo que hemos manchado. Seguro que
el nuevo Papa sabrá arrimar el hombro…
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