lunes, 18 de marzo de 2013




PINTANDO MUCHO: FRANCISCO I

Esta semana hemos estado pintando las celdas de   la hospedería conventual. Entre muchos uno pinta más que solo. Pero las faenas de la brocha requieren adecuada preparación. Si no se cubren suelos y puertas antes de ponerse a la tarea, uno acaba pintando más de la cuenta. Y en la vida conviene pintar lo necesario. Claro que, para llegar con el brazo y la brocha allí donde hay que llegar y no más allá, es preciso fijarse primero un límite. Y fijarse un límite lleva tiempo. Es el entrenamiento de la espera. Uno llega, adereza la pintura y ya está listo para empuñar la brocha a diestra y a siniestra. Así empiezan muchas parejas y proyectos que no se han fijado un límite antes de empezar. Empiezan como acaban, listos para estropearlo todo. Si los suelos y las puertas no se cubren antes de empezar la faena, luego habrá que dedicar a la limpieza más tiempo que a la pintura. Si en la vida no aprendemos a respetar desde el principio ciertos límites nunca sabremos a qué sabe un instante de felicidad sin límite. La sociedad de consumo es una sociedad de la desmesura. Se puede disfrutar de todo y despotricar de todo en menos que canta un gallo. Todo se adelanta, se acelera, se abrevia, se adapta y acomoda para llegar primero a ninguna parte. Hasta el tiempo que debía pasar entre un pontificado y el siguiente acaba de ser abreviado a fin de “tener Papa” antes de semana santa. Y mientras tanto, todos a hacer quinielas con los protagonistas de esta especie de competición deportiva en que se ha convertido la espera de estos últimos días. Ahora, al fin, “habemus Papam”. Pues ahora, a limpiar lo que hemos manchado. Seguro que el nuevo Papa sabrá arrimar el hombro…

 

 

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