viernes, 15 de febrero de 2013






 


Buenas nuevas



Que tantas cosas puedan convertirse, de pronto, en nuevas, ser noticia, nos revela lo es. Agradecemos tener noticias de lo que sea porque nos permiten despertar sin esfuerzo a una vida nueva. Así, estos días ha sido noticia la despedida del Papa Benedicto XVI. Veníamos viendo desde la Edad Media que los Papas se morían Papas como quienes para tan alta misión habían nacido. Pero el Papa Benedicto nos ha despertado a una vida nueva, diferente de aquella que empezó el día de nuestro nacimiento. Los Papas venideros -y otras figuras dotadas de singular autoridad-será más probable que renuncien o abdiquen antes de morir en el intento. La despedida anunciada de la reina de los holandeses o esta otra del Papa de Roma, ¿no abren un camino sin retorno? -Víctor, me da miedo solo pensar que un día, tal vez, me haré vieja- me confesaba una buena amiga hace tiempo. Y a otro buen amigo le pregunté yo una vez cuándo empezó a darse cuenta de que había dejado ser joven para siempre: -pues el día en que un niño se cruzó en mi camino y me grito “apártate, viejo”. Ser joven o viejo no es ninguna noticia. El mundo se compone de jóvenes que llaman viejos a cuantos han nacido unas décadas antes que ellos y de viejos que llaman jóvenes a cuantos han nacido apenas unas décadas después. El mundo se compone de jóvenes que se saben jóvenes y de viejos que viejos se mueren. Pero hay algo capaz de descomponer el mundo y hacerlo nuevo: nuestra posibilidad de ser algo más que cuanto nos han dejado ser en la vida. Aun cuando ya no podemos, tal vez, ni cuidar de nosotros mismos, conservamos humeante la brasa de la libertad. Y, con ella, podemos seguir iluminando nuestro propio rostro. Yo esto ya lo sabía por mi desvalida madre. Ahora lo sabemos todos por un Papa anciano que ha querido anunciar al mundo algo inesperado, algo que lo ha descompuesto en un instante. Pero para hacerlo nuevo.  
Lo que mi amiga piensa cuando teme hacerse vieja, lo que piensa de mi amigo el niño que le llama viejo, es que ser viejo es ser un estorbo. Cuando uno ya ha cumplido su misión en la vida, ¿qué puede hacer más que estorbar? Un estorbo nadie lo quiere en su camino y que nadie le quiera a uno es el infierno en vida. El infierno lo hemos imaginado con llamas implacables, como un verano abrasador. Pero el infierno que no necesitamos imaginar porque lo hemos vivido todos alguna vez es un invierno como los de antes, helador. Nos deja helados la indiferencia con que nos sentimos tratados cada vez que alguien nos mira como si fuéramos cosas. Cosas que estorban. Ser viejo es esto, ser cosa en vez de persona. Pero una cosa singular, una cosa que piensa cómo tratar otras cosas que también piensan. Que piensan y sufren de verse tratadas como meras cosas.Por fortuna, los seres humanos podemos conservar humeante la brasa de la libertad, caldear con ella muchos corazones helados por la indiferencia. Y éste es el destino reservado a la brasa que humea mientras se va apagando. El viejo está ahí, está para nada, pero está. Está, y no como una cosa. Por eso, como estos días el Papa,  Puede darnos siempre una sorpresa ser libres nunca "viejos del todo, es esto: poder despertar cada dia a una vida nueva
 
EL SEÑOR MIRA MAS LA RECTITUD DE CORAZON QUE LOS AÑOS
UN PASADO QUE SE ALEJA HUMILDEMENTE,  DEJANDO UN  SENDERO PARA ABRIR  CAMINOS DE  ESPERANZA EN CRISTIANA.
 
 
 

 










 
 



 



 

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