Volver
a nacer
En un poema
antiquísimo, que acabo de descubrir, leo esta mañana muy despacio, como si
fuera yo mismo el autor de sus versos o su primer oyente:
Creó Dios el Sol/y el
Sol nace y muere y vuelve a nacer;/creó Dios la Luna/y la Luna nace y muere y
vuelve a nacer;/creó Dios las Estrellas/y las Estrellas nacen y mueren y
vuelven a nacer;/Dios creó al hombre, hijo de Dios,/y el hombre nace y muere y no vuelve a nacer
El poeta, pensé,
recordó que nuestros seres queridos desaparecen. Pero aquellos otros a los que
no podemos querer no desaparecen. Un día y otro “nacen y mueren y vuelven a
nacer”. El poeta sabe, como nosotros, que ni el sol ni la luna ni las estrellas
nacen o mueren. Sólo el hombre nace y muere. Sólo él o ella reconocen, sin
esfuerzo, la alegría de ver nacer y la tristeza de no saber morir. El sol no
nace ni muere. No siente alegría ni dolor. Nosotros, en cambio, sí. Nosotros
sabemos lo que es nacer y morir porque hemos visto nacer y morir muchas veces.
En la aurora tibia de
la civilización -otra como ésta de mi descubrimiento- hubo hombres, como
nuestro poeta, para quienes la humana era otra más de las especies vivas.
Algunos, como él, advirtieron, no obstante, la diferencia que la separaba de
las demás, aun de los seres más sublimes: en tanto que el sol, la luna y las
estrellas siempre vuelven a nacer, el hombre no vuelve a nacer. El hombre es
mortal. Pero no todos pensaron como nuestro poeta.
Hubo quienes creyeron que también el hombre podía volver
a nacer, como los astros del cielo vuelven a nacer cada día. Volvemos a nacer,
en efecto, cada vez que nos dan en la vida una oportunidad, la que hoy esperan
tantos jóvenes.
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El Creador dio
comienzo así a la vida,
Y al reflejo de mil
luces multiformes
Se despertó se la
virtud dormida.
El sol se mostró cual
luminaria
Esparciendo calor
vivificante…….
(Anónimo)
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