EX - CURAS
Hoy ya están jubilados pero después de haber aportado a
la universidad española el caudal de sus conocimientos. Me refiero a tantos
antiguos sacerdotes católicos que un día decidieron abandonar el sagrado
ministerio. En su nueva condición de ex-curas, llegaron a la universidad y
desplegaron allí buena parte del ardor que había requerido de ellos su antiguo
sacerdocio. Estos días he estado con algunos de ellos que, evocando su decisión
de entonces, me decían: -muchos piensan que dejamos el sacerdocio por un asunto
de faldas. Pero no. Lo dejamos porque no encontramos en “la institución”
estímulo a nuestras inquietudes, respuesta a nuestras preguntas. Y yo, al oír
esto, he pensado que también me pasa a mí algo parecido. A mí y a otros
sacerdotes que conozco. ¿Es que hay una institución capaz de inquietarse al
calor de un corazón humano? Los seres humanos las hemos creado para que
permanecieran quietas. Nuestro corazón, en cambio -como bien sabía San
Agustín-, es inquietud. El conflicto es, pues, inevitable; ignorarlo,
irresponsable. ¿Cómo convivir con él? Muchos de mis amigos ex-curas son hoy
padres de familia, con hijos y nietos por delante. Sus alumnos en la
universidad y sus seres queridos pueden dar razón de aquella profunda verdad
que los antiguos sabios de Israel descubrieron: “el que salva una vida, salva
al mundo entero”. ¿No es cierto que muchos ex-curas se siguen sintiendo
sacerdotes, esto es, salvadores de almas? A lo mejor, lo que estos antiguos
sacerdotes esperaron en su día de la iglesia y encontraron después en su mujer
y en sus hijos fue un rostro humano. Tal vez ellos tuvieron la certeza
profética de que, para querer a todo el mundo con un corazón célibe, hay que
querer primero a uno solo con un corazón humano. Y que, para salvar a los demás,
uno tiene que haber sido salvado primero por amor.
(Quien a vosotros os escucha, a MI me escucha: Y quien a vosotros os rechaza a Mi me rechaza; y quien me rechaza a Mi; rechaza al que Me ha enviado.-Lc-10-V-16)